A finales del siglo XII habían pasado casi cien años desde que los primeros cruzados pusieron pie en Tierra Santa. En Palestina y la costa de Siria tres pequeños estados cristianos (Antioquía, Trípoli y Jerusalén) mantenían su dominio. El mundo musulmán, por su parte, ya no era el mismo y experimentaba un proceso lento pero imparable de unificación política y religiosa bajo la dinastía zenguí. Su fundador, Zengi, conquistó Edesa y su hijo, tomó Damasco. Mientras, el sobrino del general Shirkuh, Saladino, se hizo con las riendas de este estado bajo la dinastía ayubí rodeando casi por completo los territorios cristianos. La fatalidad se cernía sobre los estados cruzados cuya figura principal, el rey Balduino IV de Jerusalén, padecía la lepra y carecía de herederos. Este es el contexto en el que debemos situar la caída de Jerusalén ante las tropas de Saladino en 1187. El inicio del fin de la presencia cruzada en Outremer.
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