El 4 de julio de 1187, el ejército comandado por el rey de Jerusalén, Guy de Lusignan, fue derrotado en la batalla de los Cuernos de Hattin por las tropas de Saladino. La victoria no sólo supuso la aniquilación del ejército cristiano de Tierra Santa, sino también, lo que era mucho más grave, el desmantelamiento casi total de la posesiones latinas en Oriente: en apenas unas semanas, los musulmanes ocuparon sin encontrar mayor resistencia las ciudades de Tiberíades, Acre, Sidón, Beirut y Ascalón, así como la mayoría de los castillos y fortalezas del reino. El 2 de octubre de ese mismo año Saladino entró en Jerusalén; tras menos de un siglo en manos cristianas, los escenarios sagrados de la vida de Cristo volvían a estar bajo el dominio islámico. El esfuerzo de miles de cruzados se había demostrado baldío, y sus sueños se habían esfumado repentina y dramáticamente.
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